Antes del 2.500 antes de Cristo existía
en las ciudades del valle del Tigris y del Eufrates, en las del
Indo y en las del Nilo un tipo de moneda muy especial.
Las gentes traían la parte sobrante de sus
productos a los templos de las ciudades amuralladas. Allá
los sacerdotes-contables abrían una cuenta corriente con
fichas de barro a cada persona, ingresando sus productos en el almacén
del templo y estableciendo una cantidad de dinero abstracto en función
de las mercancías ingresadas.
Posteriormente, si estas mismas personas querían
otro tipo de productos del templo, se hacía la transacción
inversa.
Para
cada intercambio, se establecía un documento, hecho de barro
cocido, con el nombre del comprador, el del vendedor, la mercancía
intercambiada y la cantidad de unidades monetarias utilizada. Es
lo que llamamos «factura-cheque».
Para intercambios importantes y entre ciudades
diferentes, se establecía un sistema de transporte garantizado,
basado en las «bullae». En el carro del transportista
había una bola de barro cocido en el interior de la cual
había unas fichas que representaban los diferentes productos
transportados. También había grabadas las fichas en
la superficie de la bola. Al llegar a destino, se abría la
bola y se comprobaba que su contenido coincidía con el del
carro.
En aquella época se producía una
pacificación creciente entre las diferentes ciudades, en
parte debido a la inexpugnabilidad de las murallas, en parte debido
a la prosperidad que suponía este sistema de intercambio
citado.
La moneda era un instrumento abstracto que sólo
tenía valor en función de una mercancía realmente
existente. Cada intercambio comercial dejaba su rastro jurídico
correspondiente, bajo la forma de tablas de barro.
Todo ello se vino abajo con la aparición
de la moneda anónima de oro, plata, cobre y bronce. Este
otro tipo de moneda, anónimo, concreto e independiente de
las mercancías, permite con mucha más facilidad la
corrupción y el soborno.
Con la aparición de la moneda anónima,
en el 2.500 a. C., vino el advenimiento de la banca privada, auténtico
«poder en la sombra». Y los funcionarios de los templos
cambiaron su vocación y se dedicaron a inventarse las religiones.
A partir de este momento volvieron los imperialismos.
Las inexpugnables murallas caían, no bajo los mazazos de
unas entonces inexistentes catapultas y ballestas, sino bajo el
soborno de los sitiadores a algunos de los guardianes. Posteriormente
los traidores sobornados podían ser discretamente ejecutados
y los ocupantes inventarían mitos como los del «Caballo
de Troya» y las «Trompetas de Jericó».

El dinero anónimo seguiría su evolución,
hasta convertirse en los modernos billetes de banco y talones anónimos
al portador. Las distintas instituciones políticas creadas
para que los ciudadanos se hagan la ilusión de ser protegidos
por ellas sufren el acoso de los «poderes fácticos»
que sobornan y corrompen políticos, técnicos y jueces.
Y ahora viene el momento de las propuestas económicas del
Centro de Estudios Joan Bardina. Por nuestra parte, se trataría
de volver a un sistema de intercambio no-anónimo y responsabilizador,
como el de los antiguos templos, pero con el sistema tecnológico
actual, utilizando de nuevo la «factura-cheque».
Para ello es necesario el establecimiento de una
red telemática pública, de uso obligatorio para todos
y gratuita. Y también una serie de garantías para
evitar la concentración de poder que podría suponer
el dominio de esta red.
Entre estas garantías proponemos una auténtica
separación del ejecutivo, el legislativo y la justicia. La
justicia, independiente del ejecutivo y del legislativo, debería
tener un tanto por ciento fijo de los presupuestos generales del
Estado asignados por mandato constitucional, y no contar con órganos
como el «Consejo General del Poder Judicial», que existe
en el Estado español y que pretende controlar la justicia
desde los partidos políticos dominantes a través del
ejecutivo y del legislativo.
Creemos que el control telemático de la
población ya está siendo ejercido por la banca privada
a través de sus redes. Nuestra propuesta, más que
crear una red telemática nueva, tiende a poner orden a las
ya existentes, haciendo que la información privada de cada
persona esté a disposición de esta misma persona,
y del juez solamente en caso de abrirse un proceso. La información
estadística del conjunto del mercado debe quedar a disposición
de todos sus miembros.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que,
con esta reforma, la comunidad ha de garantizar una renta mínima
para todas las personas que no tienen un sistema de subsistencia,
ya sea trabajo o pensión por cualquier motivo. Es lógico
que, con este sistema, desaparezcan las indignas vías de
subsistencia provenientes del mercado negro.
Para equilibrar el presupuesto, formulamos una
hipótesis que, de verificarse, podría proporcionar
esta renta básica o salario social sin tener que recurrir
a gravosos sistemas de impuestos. Esta hipótesis está
basada en la riqueza comunitaria que puede crearse dentro del mercado,
riqueza comunitaria basada en los excedentes de producción
y del dinero que se puede inventar para adquirirlos. Este dinero
se repartiría entre los más desfavorecidos.
Agustí Chalaux de Subirà.
Brauli Tamarit Tamarit.
Enlaces relacionados:
El capitalismo Comunitario.
Un instrumento para construir la paz.